Cuando los animales, cansados, desconcertados y repletos de dardos (lomo, cuello, morro, ojos, etc.) caen al suelo, los mozos más cabestros se abalanzan sobre ellos, aún agonizantes, y les seccionan los testículos. Vamos, un espectáculo maravilloso, ideal para ver en familia, acompañados de los más pequeños…
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Algunos celebraremos la fiesta entre risas mientras otros, los indefensos, los de siempre, la pasarán agonizando hasta la muerte. Así es este país. Sube el pan, la gasolina y la hipoteca, pero la empatía y la compasión parece que no son valores al alza.
¿Qué deben pensar esos toros mientras son vapuleados y punzados continuamente por las calles del pueblo? Imagino que no debe pensar en otra cosa más que en escapar de esa pesadilla y volver al campo a pacer tranquilamente. Si pudiera yo lo haría. Apartaría con mis manos la nube polvorienta de chusma incivilizada que te asusta y enfurece y te devolvería al prado, con tus pastos y tus vacas, con tu paz y tu despreocupación. Por desgracia no puedo hacer otra cosa más que escribir estas líneas para expresar nuestro más absoluto rechazo a todo tipo de maltrato.
Coria, en fiestas, no es un buen lugar para los toros. Tampoco lo es para mí.
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